Puede ser que algunos de vosotros os preguntéis por qué casi nunca trato de la educación de los niños, a pesar de mi condición de pedagogo. Todos los pedagogos se ocupan de los niños, menos yo, que soy la excepción. ¿Por qué? Porque pienso que es necesario comenzar por enseñar a los padres.
No creo en ninguna teoría pedagógica, creo solamente en la manera de vivir de los padres antes y después del nacimiento de los hijos. He ahí por qué no he querido nunca hablar dema-siado sobre la educación de los niños. Si los padres no hacen nada por educarse ellos mismos, ¿cómo van a educar a sus hijos? A los padres se les habla de la educación de sus hijos como si verdaderamente estuvieran preparados para ello; desde el momento que tienen hijos, se considera que están preparados. No, muy a menudo no lo están, y es a ellos a quienes hay que instruir y a quienes hay que enseñar cómo conducirse para que influyan favorablemente en sus hijos.
Pero como no conocen mi programa, me critican: «¿Pedagogo? ¡Pff! ¡Cómo va a serlo si nunca habla de la educación de los niños!» En realidad no han comprendido todavía mi punto de vista. Mientras los padres no estén preparados, aunque les demos las mejores explicaciones pedagógicas no servirá de nada, y harán mucho daño a sus hijos queriendo aplicar nociones que no han comprendido.
Cuánta gente que quiere tener hijos no se preocupa de saber si verdaderamente reúnen condiciones para ello, si tienen buena salud y medios materiales para educarles, y sobre todo, si poseen las cualidades necesarias a fin de ser para sus hijos un ejemplo, una seguridad y un consuelo en todas las circunstancias de la vida. No lo piensan. Traen hijos al mundo y estos hijos crecerán solos, a la buena de Dios, se desenvolverán como puedan, y un día tendrán hijos en condiciones tan deplorables como las de sus padres.
Estoy sorprendido de ver tantos chicos y chicas que desean casarse sin pensar en prepararse para su futura función de padres y de madres. Cuando a veces me encuentro alguna chica encinta, verdaderamente me digo... ¡Una niña que lleva en su seno un niño! Se ve en su cara: es una niña. Entonces, ¿qué ocurrirá? Es preferible no tener hijos mientras no se está preparado, de lo contrario se paga muy caro.
Diréis: «Prepararse... pero, ¿cómo?» Prepararse es tener pensamientos, sentimientos y una actitud que atraerá hacia una determinada familia seres excepcionales. La Ciencia iniciática enseña que no es por azar el que tal o cual niño nazca en una familia: consciente o inconsciente-mente (lo más a menudo inconscientemente), son los padres los que le han atraído. Por eso los padres deben llamar conscientemente a los genios, a las divinidades. Pueden escoger a sus hijos: esto es algo que la mayoría no sabe.
Así pues es necesario revisado todo desde el principio, y el principio es la concepción de los hijos. Los padres no piensan que deben prepararse durante meses y años como para un acto sagrado. Frecuentemente, es en una noche de desenfreno, después de haber comido y bebido abundantemente, cuando conciben un hijo. Ese es el momento que escogen, si se puede decir que lo «escogen». Podrían esperar a tener un momento de paz, de lucidez, un momento que reinara en ellos una gran armonía. Pero no; esperan a estar excitados por el alcohol, sin saber ni dónde están; ¡y en ese estado magnífico conciben un hijo! Pero, ¿qué elementos creéis que introducen en él? Un hijo que viene al mundo cargado de semejantes elementos no puede ser otra cosa que la primera víctima de sus propios padres. Entonces, ¿a quién hay que educar? Yo os digo que no es a los hijos, sino a los padres.
En casa, los padres no dejan de dar a sus hijos el triste espectáculo de sus disputas, de sus mentiras, de su falta de honestidad. ¿Cómo se imaginan que van a educarles? Se ha comprobado que un bebé puede caer enfermo y manifestar perturbaciones nerviosas a consecuencia de las disputas entre sus padres: aunque no esté presente, estas disputas crean a su alrededor una atmósfera de desarmonía que el niño siente, porque está todavía muy unido a sus padres. El bebé no es consciente, pero a pesar de ello es muy receptivo, y su cuerpo etérico es el que recibe los choques.
Los padres deben tomar conciencia de sus responsabilidades. No tienen derecho a invitar espíritus a encarnarse si son incapaces de mostrarse a la altura de su cometido. Veo que algunos se conducen de una manera tan inverosímil que no puedo evitar el preguntarles : «Pero veamos : ¿amáis verdaderamente a vuestros hijos?» Se indignan: «¿Cómo? ¿Si amamos a nuestros hijos? ¡Naturalmente que amamos a nuestros hijos! Pues bien, no lo creo, porque si les amarais, cambiaríais de actitud comenzando por corregir en vosotros ciertas debilidades que se reflejan de forma muy negativa en ellos. No hacéis ningún esfuerzo. ¿Es ese vuestro amor?»
Aunque sé que el porvenir de la Fraternidad está en los niños, es de los padres de quienes me ocupo; quiero hacerles comprender que no deben traer niños al mundo sólo por satisfacer ese instinto atávico de procrear. Ese instinto existe naturalmente, pero debe ser comprendido de manera más espiritual, es necesario que el pensamiento, el alma, el espíritu participen en ese acto para que el niño esté unido a un mundo superior. En la mayoría de los casos, los humanos se comportan como animales: comen, beben y procrean. A semejanza de éstos, no hay nada espiritual en sus actos. El amor no tiene ninguna importancia, es el placer lo que cuenta, y este placer momentáneo lo pagarán durante toda una vida, y se lo harán pagar también a sus hijos.
¿Queréis que me ocupe de los niños? ¡Ah, no! Es mejor que me ocupe de vosotros, y ocu-pándome de vosotros, indirectamente me ocupo de los hijos que ya tenéis y de los que tendréis más tarde.
Omraam Mikhaël Aïvanhov
Extracto de Una educación que comienza antes del nacimiento.